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Héctor Sevilla nos ofrece en este libro un puente entre la emoción, el arte y la indagación, partiendo de la encomiable pretensión de sembrar pasiones nuevas. Se alude que las emociones son facultativas de la labor filosófica, y que la conciencia y la vivencia emocional son tan colindantes como la angustia y la libertad. Se enfatiza que el arte conduce al espectador hacia la conciencia de su finitud mediante los velos que el artista recrea, y que la vivencia del límite y de la frontera es constitutiva del proceso creativo. A su vez, se clarifica que no basta con educar, sino que es necesario provocar el interés de indagar y desarrollar las habilidades que son necesarias para ello. Con este texto se nos invita a comprender lo poco que sirve el pensamiento cuando quien lo posee se olvida de sentir, anula sus dudas y cree la ficción de sus verdades.